Me hundo

Me hundo en el ancho pecho de la noche.
Sin brújula
con una canción que nada en las pupilas
desasidos de escombros mis agarrotados brazos
desarmada de látigo
sin resistir el olor suave de las sábanas
el refugio blanco de mis sienes
libre de pena y de culpa
sobre el púlpito de la belleza
y canto
elevo mi voz sin mancha ni herida
al supremo momento de la flor
exquisita
el tibio mensaje de su mirada
es el sopor
que retiene mi consuelo.
¿Adónde va mi mano si la suya mis ojos no perciben?
La campana del tren no detiene su eco.
Tú vienes a encender este puño
y el calor de la magia como fugitivo cigarrillo escapa de mi boca.
No dejo de estar en penumbras
ni tocar vagones llenos de sueños.
El lloro de mi pulpa apaga su candela.
Elucubro.
He vencido los oscuros cementerios de la memoria
que iban y venían por la cocina
y manchaban con sus sórdidas aguas
la claridad de los días.
Ha pasado el estío
el desierto insolente de la congoja
el cuestionamiento de las horas
umbrías
ya no busca ni rebusca mi seso lo mal parido
ni estalla la ira por mi ventana
ni salta del piso a los cielos.
Brilla el néctar
Libo de labios amigos.
Me quedo acurrucada a Neruda a Goethe a Lihn
y sé que mi aliento no perece en
noches ni en madrugadas
ni dormida ni insomne.
El molino de la horrible duda ha muerto
homicida fue el huracán del sol que
me arropó en tu pelo.
Es la hora del reposo de romper las noches solitarias
con el fuego consumidor del verbo
escuchar el ruido de los durmientes
fulminar la carga del desgarro
la mísera cloaca que atrapa con enfermedad
y hedor y temor.
Y me quedo en el pecho de la noche
Inhalando Exhalando Inspirando Aspirando
Y me levanto Y me lavo la cara
Y me miro al espejo Y me desnudo
para bañarme y vestirme Y correr las cortinas Y oler el rocío
La llama del día
Y me empujo a la vida
Salgo de la inercia
El patíbulo al que nos condenan los ciegos y nos mantiene huecos sordos
Y explotan las palabras en las venas
Corren versos por mi sangre
Y me alimento
Y engordo
Y bailo
Y canto
Y danzo
Y río
Sólo porque tú estás
y Dios es Dios

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Acerca de la autora

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Biobibliografía

Ingrid Odgers Toloza nació en Concepción, Chile, en 1955. Analista de Sistemas, es poeta y narradora. Fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla. Es activa gestora cultural, ha organizado en su región encuentros artísticos literarios a nivel regional y nacional. Es Premio Consejo nacional del Libro y la Lectura 2002 y 2009.. Ha publicado quince libros, incluidas cuatro antologías, entre ellos: Ángel dormido (1998), Bajopiel (1998), Arcoiris de vida (1999), Copa de invierno (2000), El retorno del ángel (2001), La extraña barca del olvido (2003), Náufragos en la ciudad (2003), La llave de la otra historia (2005), A puertas cerradas (Ensayo, 2005) y En las frías rodillas del mundo (2006). Memoria de un juego (2007) Figura además en las antologías Poesía del Sur (Letra Nueva, 2002) Forestal 22 (Magoeditores, 2006) Voces sin fronteras (Edition Alondras, Montreal, Canadá, 2006), Antología de Poesía Rayentrú. Ha publicado una novela con Ediciones La Silla y una novela con Ediciones Mantra. Ex Directora del Sindicato de Escritores del BíoBío y Relacionadora Pública de la Casa del Escritor Miguel Hernández y Ex Directora de la Unión de Escritores de la Octava Región. Su obra es mencionada en el Carné Lírico chileno (2001), en la Cartografía Cultural de Chile (Mineduc 1999-2002). Es miembro activo del Colectivo La Silla. Co-fundadora del Centro Cultural Ceres. Actualmente es Miembro del Comité Consultivo Nacional por el área Literatura en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

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